Aveces se abre una ventana que nos permite ver otro mundo, pero aparece la lucidez y la cierra.
—Quien cree en ti señor, no morirá para siempre…— entonaba con su voz grave el cantor ciego, que guiaba los responsos. El resto de la procesión lo seguían armoniosamente, respondiendo las letanías que el cura pronunciaba en la cabeza del cortejo fúnebre. El cantor Iba detrás del ataúd, calculando cada paso, con la mano puesta en el hombro de su hijo, que le servía pasivamente de lazarillo. Igual que en los entierros olvidados, a los que mi madre me llevaba de la mano en tiempos remotos.