Un sonido de campanas lo despertó de su letargo, quiso entrar en conciencia para percibir su entorno, pero no pudo; ya no había colores ni olores ni nada, solo el tañir de las campanas.
Nunca fue indiferente a este sonido; le rompía su rutina, el tiempo se detenía y su cuello se giraba hacia la torre de la iglesia mientras descifraba el toque: misa, ángelus o muerto.
En aquel instante también giró su cabeza, o creyó hacerlo.
Esta vez las campanadas las percibió más íntimas, como la voz de un amigo pronunciando su nombre; eran toques de muerto. Quiso conectar con su sueño previo, pero ya no estaba: este se había diluido con lo que quedaba de él, su nombre, sus memorias, su yo; solo quedaba un perpetuo estar sin tiempo y otras campanadas que no eran las suyas, que llegaban como ecos lejanos, de otras épocas, de otros muertos.
Ham Bashur
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