Leyendo a Borges - El fin.

“Desde su catre, Recabarren vio el fin...”

También era su propio fin, postrado en su catre y sin habla, no había nada más para el viejo pulpero, que buscar con sus ojos algo que se moviera en  la llanura infinita que a lo lejos, de día se fusionaba con el cielo y en la noche con sus nebulosos pensamientos.

Esa estancia de Recabarren era el fin, a donde un hombre llegó a hacerse matar con honor, para redimir un pecado que llevaba a cuestas.


Los ignorantes y vagos no deben tener derecho al voto

Que el voto de un analfabeta político o un vago que no le aporta nada a la sociedad sino más bien es una carga para el estado, valga igual que el de otro ciudadano que sí le aporta a la economia del pais,  es uno de los pecados de la democracia que nos ha llevado al hoyo donde estamos hoy.

Imaginemos un sistema de elección popular con unas reglas basadas en el “voto meritorio”, o un voto cuyo valor no sea unico, sino un coeficiente proporcional al mérito del votante, por ejemplo:

  • Voto del vago o ignorante = 0
  • Voto de estudiante, trabajador o pensionado = 1
  • Voto de burócratas y políticos = 1 
  • Voto de empresario que genera empleo = 5

Para no complicar la lista, dejémoslo solamente así, en estas categorías. En un concienzudo replanteamiento saldrían más categorías, pero para la reflexión a la que invito, dejemoslo así.

Las primeras críticas vendrían por el gran valor que tendría el voto del empresario, frente al de un vago o un ciudadano común o un burócrata.

La respuesta es fácil, la mayor motivación de un postulante a elección popular, es el privilegio de  gerenciar recursos públicos, producto del dinero que todos pagamos con impuestos (excepto el vago, ese no suma, sino resta), en ese volumen de recaudo, la mayor proporción la aporta el empresario, o generador de empleo.

La empresa, sea del tamaño que sea, es el motor sin el cual no habría comercio, industria,  ingresos, impuestos, no habría nada; de ahí se desprende el valor del voto del gestor de empresa en nuestro utópico sistema soñado.

La otra objeción posible sería; ¿por qué el voto de un político o burócrata valdría menos que el de un empresario?

Lo ideal sería que políticos y burócratas en ejercicio, no tuvieran derecho al voto; porque ellos son los votados o elegidos, sus sueldos son pagados a expensas de lo que los otros ciudadanos producen con su trabajo, y con sus votos seguirian teniendo influencia corrupta sobre una elección que beneficiaría solamente sus propios intereses, práctica que ya está enquistada en los sistemas de gobiernos demócraticos.


La democracia con sus defectos es el mejor sistema de gobierno, sin embargo el exceso de “derechos del hombre”, tiene a este al sistema al borde de la crisis.


Reflexiones de viernes por la tarde (Ham Bashur)

Una inyección de cortizona (Cap 2 p3)

En la misa de ocho, el cura y otros paisanos devotos echaron de menos la asistencia de Don Nicanor, que durante toda su vida ocupó la misma banca de adelante y comulgaba de primero, en esa misa de domingo.  Esa tarde,  algunos fueron a visitar al viejo, del que ya sabían sus quebrantos de salud. 

Don Roberto, el notario, llegó cuando el cura y el boticario salían.  Un cura y un notario en la casa de un viejo enfermo. Suficiente  coincidencia para armar una conjetura,  un mal augurio. -le practicaron la extremaunción.- Se adelantaba a presumir la vecina de enfrente, que atisbaba por la ventana con el velo medio corrido, para no perderse nada de lo que acontecía en su calle. Don Nicanor había enviado varios recados con sus hijos a Don Roberto, para pedirle ayuda con los trámites de sus tierras en la oficina de asuntos mineros. 

Lo hacía contra su voluntad, Su idea de riqueza no era la tenencia de dinero, sino de tierra y animales. Y él ya no poseía ni lo uno ni lo otro. Y su intuición le decía que ese dinero de la indemnización nunca llegaría. El notario accedió a ayudarlo, con una condición: Que lo nombrara apoderado con poder absoluto sobre todos los terrenos de él, que la corporación reclamaba para el proyecto minero. 

 -Es mejor así. Con eso se libra de las idas y venidas que implica todo este ajetreo. Yo me encargo de todo y cuando entreguen la plata de la indemnización,  pues solo me paga el  veinte por ciento, por todo mi trabajo- , le decía Don Roberto mientras el viejo permanecía en silencio, adormecido por una inyección de cortisona que le había puesto el boticario esa mañana, para aliviarle el dolor de rodillas. 

 -Y cuándo saldrá esa plata- Preguntó Doña Isabelina, mientras don Nicanor bregaba a firmar el papel. -Ojala pronto, pero con el Gobierno nunca se sabe- Contestó el Notario. 

Guardó el papel meticulosamente en su valija, donde tenía las copias de  todas las escrituras de su representado.  Se terminó de tomar el café que doña Isabelina de había brindado y se fue. 

Durante esa semana José y Mijaíl tuvieron que hacerse cargo de recibir las últimas ovejas que trajeron sus aparceros.  Los que ahora se apuraban a enlistarse en la corporación como peones dispuestos a emprender cualquier faena. 

-Son las últimas ovejas – dijo Mijaíl, atreviéndose a auscultarlo con la mirada que mantuvo sin parpadear y que el viejo sintió como el peso de una viga sobre su hombro, pero no dijo nada. Sin embargo, no pudo resistir la presión del muchacho que se plantó de frente esperando una respuesta. -Debes entender la nueva situación hijo, ya no tienes heredad -, le dijo con voz trémula y ojos adormilados. 

Dioselina, su criada le llevaba de comer a su dormitorio,  sin embargo el viejo se resistía a convalecer en su cama, prefería un rincón del patio, a donde mejor llegaba el sol, al lado de una vieja planta de ruda, sentado en un taburete, forrado en su ruana y releyendo el  mismo libro que le hubieran visto en los últimos años. Aunque en verdad eran tres tomos del mismo título que él volvía a leer con tal esmero, que su semblante cambiaba mientras se le veía embelesado en esas letras. 

Sin embargo en esos días, usaba los libros para esconder su cara, para ocultar uno que otro lagrimón que humedecían ese rostro con facciones de severidad. Lloraba en silencio, pero no por el dolor de sus rodillas sino de su orgullo. No era así como había imaginado su vejez.  

 Él había sido un hombre victorioso en varias lides, pero ahora el duelo era contra sí mismo, 

No aceptaba ver su mundo en decadencia, pero se sentía atado por las circunstancias, impotente. Solo se desahogaba gritando en silencio. Eran gritos de un alma corajuda en un cuerpo condenado a la decrepitud. 

Aunque la soberbia y altivez de otros tiempos, se habían ido con los años, aún mantenía el orgullo de su apellido. Don Nicanor Ibáñez,  era el último de una de las familias que desde inicios de la Colombia Republicana, tenían títulos de propiedad de las tierras del páramo. Él era el único de los Ibáñez que quedaba en la región, sus demás parientes se habían ido después de la última guerra civil; dejando sus tierras a sus aparceros, cedidas a cualquier precio.  Él se quedó en el páramo; de donde jamás salió. Conoció el mundo exterior a través de postales y telegramas que le enviaban sus parientes desde lugares remotos. 

En su etapa senil se casó con Isabelina, la hija de una aparcera y con ella tuvo sus dos hijos José y Mijaíl, los cuales crió con tal severidad, que terminaron aborreciéndolo a él y su estirpe campesina. 

 

Acerca del autor

Me gusta escribir relatos en mis ratos de ocio.

En verdad no me dedico a escribir, (me gano la vida como ingeniero informático). Sin embargo para reivindicar mi frustración del escritor que quise ser, escribo cualquier cosa que me salga de las tripas.

Prefiero el formato de relato corto y el ensayo.

No lo hago para concursar ni ganarme el novel, sino porque para mi es una catarsis que me reconforta, me libera, me desahoga, y mejor aun cuando noto que alguien lee lo que escribo.

Mis respetos y agradecimiento a esa inmensa minoría que lee relatos de autores anónimos.

Cada pieza literaria tiene registro de propiedad intelectual, para curarme en salud.

Muchas gracias por pasar por aquí.

Ham Bashur.




Hoy es un buen día para morir

—Hoy es un buen día para morir. —Sentenció el viejo Nepomuceno desde la ventana del hostal donde se encontraba hacía tres días. Era su septuagésimo cumpleaños y había viajado desde la fría capital para estar solo ese día en un cálido pueblo del caribe. Estaba parado frente a la rústica ventana de hierro desde antes del amanecer, con su mirada perdida al occidente, como evocando un recuerdo lejano. Permanecía quieto como una estatua, la inmovilidad voluntaria le ayudaba a disimular el dolor, pero éste comenzó a arreciar a pesar de estar quieto, la cerró despacio mientras repasaba los detalles del itinerario de su viaje, el último de su vida.